OPINIÓN

Ni para delante, ni para atrás


El pasado jueves se reunieron en Bogotá los representantes de los 18 clubes de primera división. Lo hicieron, entre otras cosas, para estudiar la propuesta del Deportivo Pereira de incluir dos equipos más en el torneo del próximo año. Y, contrario a lo esperado, el comité decidió echar tierra a la iniciativa. La decisión fue casi unánime: las cosas se quedan como están.

Si uno es un buen hincha y está a favor de todo lo que promueva la recuperación del fútbol colombiano, es casi una obligación aplaudir la decisión. Que el torneo profesional tenga 20 equipos no es ninguna muestra de «democratización» del fútbol, como señalaron algunos. Tampoco una señal de madurez de la dirigencia. Todo lo contrario: de haber sido aprobada, la medida sólo habría contribuido a propagar la irregularidad y la mediocridad imperantes desde 2002, año en que se aprobaron los torneos semestrales. Es decir, el mal fútbol —y sus malos dirigentes— habría llegado a más estadios.

Pero el asunto no queda ahí. Porque si uno es el mismo hincha que celebra lo primero, no puede aplaudir la otra gran decisión que se tomó en la asamblea: la de retornar al sistema de cuadrangulares semifinales que se venía implementando regularmente hasta el Clausura 2009.

Si uno de los puntos de la asamblea era debatir el número de clubes participantes, la pregunta es por qué no se aprovechó la oportunidad para introducir reformas en el sistema del campeonato. Bien por obligación de la FIFA o bien por decisiones internas, los experimentos hechos en los últimos dos años dejaron cosas positivas.

Los cuatro semifinalistas en el Apertura 2010 o los enfrentamientos en llave hasta la final, demostraron que el torneo podía decidirse a través de un sistema más justo, que premiara la constancia y no la irregularidad, y sin que las taquillas y las finanzas de los clubes se vieran especialmente golpeadas.

Pero no. La Dimayor ha decidido volver al antiguo sistema, cuyas ventajas —diez años son prueba más que suficiente— son escasas en comparación con los perjuicios que ha traído al fútbol colombiano. Es como dijera «sí, pero no». Como el que da un paso adelante y otro atrás. O sea: que todo sigue igual.


JUAN MANUEL ABUABARA



 
Periodista, oriundo de Mompox, hermoso pueblo Patrimonio Histórico de la Humanidad. Llegó a Bogotá en 2001 donde inició la carrera por el sueño que tuvo desde niño; escribir y opinar sobre el deporte que lo apasiona, el fútbol. 

    
Esta Liga sí es de dos


José Mourinho fue el primero en decir que no. En las horas previas al choque del Madrid ante el Levante, por la tercera fecha de la Liga, el DT madridista aseguró que su principal objetivo de la temporada era «asegurar la permanencia en Primera». Quien no lo conociera, pudo haber pensado que sus declaraciones apelaban a la humildad, a la sana competencia. Pero todos sabían que se trataba del mismo 'Mou' del último año, lenguaraz, provocador, y nadie se lo tomó en serio. Ni siquiera la posterior derrota del Madrid, 1-0, hizo que la afición se comiera el cuento.


Luego fueron los de la otra orilla: Xavi, Valdés y Adriano. Tras la remontada de la Real Sociedad en Anoeta, los barcelonistas aseguraron, muy serios, que La liga no era un pastel reservado al bipartidismo Madrid-Barça. Guardiola los respaldó. Pero nada más vapulear al enfilado Atlético de Madrid, que llegaba al Camp Nou tras dos victorias consecutivas, quedó claro que lo dicho hasta ahora era, sobre todo, exceso de modestia.

   La Liga sigue siendo de dos. Y es entendible que los jugadores no lo afirmen abiertamente. Que prefieran, por el respeto hacia sus rivales o por evitar protagonismos insulsos, meter en el saco de favoritos a tres o cuatro equipos más. Pero la realidad es distinta: ninguno de los otros 18 está listo para ponerle cara a los dos que, desde la temporada 03/04, dominan la Liga a su antojo.


Es cierto, sí, que cada vez se preparan mejor para enfrentarlos. De hecho, para muchos resulta una motivación extra. El tambaleante Sporting de Gijón del año pasado, al que muchos ya veían en Segunda, comenzó su remontada definitiva tras el 1-1 que logró en casa ante los de Guardiola. Y ni qué decir del Bilbao, del Espanyol o del Atlético. Todos quieren vencerlos, todos sueñan con arañarles puntos. Otra cosa es que lo consigan.

Además, los primeros traspiés en Liga de madridistas y culés pueden tener otra lectura: la dificultad que implica todo arranque. Bien es sabido que, durante las primeras semanas, cuesta especialmente confeccionar el equipo, tener los jugadores en forma, diseñar el esquema táctico más adecuado... Y mientras tanto, no es de extrañar que otros, tras varios años a la espera, se suban a lo alto de la tabla ahora que las distancias son más cortas.

Sin embargo, tampoco estas rachas son un argumento a favor de los que niegan el bipartidismo. El Betis, pese a que aún es primero, ya demostró sus debilidades ante un modesto Getafe. El Valencia, eterno candidato a romper la hegemonía, cayó ante el Sevilla. Y el Atlético, que vivía momentos de gloria gracias al recién contratado Falcao, nada pudo hacer ante el poderío y el buen fútbol del Barça.
Así que no nos engañemos: esta Liga es de dos, digan lo que digan.



JUAN MANUEL ABUABARA



Periodista, oriundo de Mompox, hermoso pueblo Patrimonio Histórico de la Humanidad. Llegó a Bogotá en 2001 donde inició la carrera por el sueño que tuvo desde niño; escribir y opinar sobre el deporte que lo apasiona, el fútbol. 

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Mi duelo por la Selección

Tengo 31 años y nunca me he puesto la camiseta de la Selección Colombia. Hasta los 16, porque no me la regalaron ni me preocupé por tener una. Y luego, simplemente, porque dejé de creer en el equipo. Es más: para mí dejó de existir el día del 0-2 con Inglaterra en el mundial de Francia 98. 

Eso no quiere decir que haya sido un mal hincha. Al contrario: bien se sabe que no puede haber odio donde nunca hubo pasión. Hasta que el equipo existió, seguí cada partido, cada gol, cada detalle... El primer recuerdo que tengo es el de una Selección que vestía de rojo y un día, por razones que yo no comprendía, tuvo que tomar un vuelo de 16 horas a una ciudad llamada Tel-Aviv, en Israel, para jugarse el repechaje al mundial de Italia 90. 

Luego vino el gol de Rincón ante Alemania, la eliminación con Camerún, la Copa América del 93, el 5-0 en Buenos Aires, el fracaso de  USA 94...

No fui un mal hincha, lo juro. Me sabía el nombre de los jugadores, su lugar de nacimiento, la posición que ocupaban en el campo y hasta los clubes por los que habían pasado. Llevaba mis propias estadísticas en cuadernos que guardaba celosamente. 

Coleccionaba afiches, fotos. Sufría, gritaba, defendía el equipo a rabiar... Pero algo se rompió aquel 26 de junio de 1998 en Lens. No tanto por la derrota, que me dolió como pocas, sino más bien por la actitud de aquellos jugadores que decían «representarnos». Salvo Farid Mondragón, que al término del partido lloraba como un niño en los brazos del veterano David Seaman, el resto de jugadores se fue al vestuario como si nada. Y atendieron a la prensa como si nada. Y regresaron al país como si nada. Para mí, fue el fin.

Pero esa muerte, dada mi exacerbada pasión por el equipo, me obligaba a hacer un duelo. Sí, un duelo —del latín «dolus», que significa dolor o pena— que me ayudara a superar la pérdida. Aunque voluntariamente, la Selección ya no estaría más conmigo y yo tenía que hacerme a la idea, sacármela de la cabeza y del corazón para siempre. No sabía qué equipo ocuparía su lugar, ni cuándo, ni cómo. Lo único que tenía claro era que debía aceptar su muerte.

Varias etapas pasaron antes de que llegara ese momento. Al principio, recién acaecido el deceso, me convertí en lo que muchos de mis colegas llamarían un «malpatriota». En cada partido del equipo, un sentimiento muy oscuro me llevaba a convertirme en hincha furibundo de sus rivales, uno cada vez. En Suramérica, por ejemplo, hacía fuerza por nueve equipos. No celebré el título de la Copa América de 2001. Y en cambio, sentí algo cercano a la satisfacción cuando la Selección quedó eliminada de los mundiales de 2002 y 2006. Después, mis arranques se fueron moderando y me bastaba con un par de derrotas al año. Dejé de preocuparme por el nombre del entrenador, por los jugadores, por llenar páginas de mis cuadernos con estadísticas. Y encima, me fui del país.

Hasta que una noche, viendo al equipo en un amistoso con España en el Bernabéu, asistí a la última etapa de mi duelo. Aquellos jugadores que vestían de azul —ese día Colombia usó su segundo uniforme—, ya no me importaban en lo más mínimo. Muertos como estaban, eran como fantasmas, como sombras sobre el campo de juego. Las graderías estaban repletas de colombianos que gritaban y, sin embargo, a mí me daba casi lo mismo. Ya no sentía nada hacia aquel equipo: ni odio, ni alegría, ni pasión... Ahora sí, y de una vez por todas, había muerto.


JUAN MANUEL ABUABARA



Periodista, oriundo de Mompox, hermoso pueblo Patrimonio Histórico de la Humanidad. Llegó a Bogotá en 2001 donde inició la carrera por el sueño que tuvo desde niño; escribir y opinar sobre el deporte que lo apasiona, el fútbol. 


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